"Puede decirse que el grito de la Historia nace con nosotros y que es uno de nuestros dones más importantes. En cierto sentido, somos históricos todos los hombres"
Thomas Carlyle (1795 - 1881)

jueves, 26 de septiembre de 2013

DE SANTA HELENA A PARÍS

La sesión que se llevaba a cabo, en el Palais Bourbon, aquel 12 de Mayo de 1840 hubiese transcurrido sin más de no ser por la noticia que dio a conocer el Sr. Ministro del Interior, el Conde Charles de Rémusat:
Señores, S.M. el Rey ha ordenado a S.A.R. el Príncipe de Joinville, su hijo, dirigirse, con una fragata, a Santa Helena y reclamar los restos mortales del Emperador Napoleón
Charles de Rémusat
 La noticia cogió por sorpresa a algunos de los asistentes, pero, en el fondo, siendo respondida con aplausos y vítores por los miembros del Parlamento.

El Emperador Napoleón llevaba preso por los británicos desde el 15 de Julio de 1815. Tras su muerte, ocurrida el 5 de Mayo de 1821, el Gobierno de Londres se negó a repatriar sus restos a Francia, dándole sepultura, en una tumba sin nombre, en aquella isla perdida en mitad del Océano Atlántico.

Una vez constituida la Monarquía de Julio (1830), la Cámara parlamentaria de la nueva Monarquía, en su sesión del 2 de Octubre, planteó la posibilidad de reclamar los restos del Emperador y darle un reposo eterno al estilo de los emperadores romanos (se barajó la posibilidad de situar sus cenizas bajo la Columna Vendôme tal y como en Roma se hizo con el Emperador Trajano, sepultado bajo la célebre Columna que lleva su nombre).
La idea no convenció a los miembros de la Cámara y Napoleón continuó preso de sus captores en su remota prisión.
En Marzo de 1840, Louis Adolphe Thiers, abogado e historiador de larga trayectoria política, pasó a presidir el Consejo de Ministros. Thiers era un apasionado seguidor de los acontecimientos que originaron la Revolución de 1789 y el Imperio Francés y admiraba la figura histórica que había representado Napoleón.
Aprovechando un nuevo traspiés diplomático con Gran Bretaña y consciente de que el principal apoyo de la Monarquía de Julio se situaba en la burguesía y la opinión publica, en general, Thiers consultó con el Rey Luis Felipe la posibilidad de repatriar los restos mortales de Napoleón como parte de una campaña política que diese un nuevo respaldo al Gobierno francés. 
Luis Felipe de Orleans y Adolphe Thiers,
principales artífices de la repatriación
El "Rey de las barricadas" (como era llamado por los demás gobernantes europeos) dudó, a primera instancia. Sin duda, Napoleón representaba una parte reciente de la Historia de Francia. Una Historia gloriosa, a decir verdad; pero, por otro lado, temía las consecuencias sociales que tal acto podía conllevar para su reinado.
Finalmente, y presionado por Thiers, Luis Felipe accedió a que el embajador francés en Londres, François Guizot, formulase, de manera formal, una petición ante la Corte de Londres para llevar a cabo la repatriación pacifica de los restos del Emperador.
Londres accedió practicamente sin inmutarse por la petición realizada y los preparativos para el viaje comenzaron a ser organizados.
El 7 de Julio de 1840 partieron, del puerto de Tolón, la fragata Belle Poule y la corbeta La Favorite. Tras tres meses de tranquila travesía, la expedición comandada por Joinville, e integrada por viejos bonapartistas, como Henri Bertrand, Mariscal del Imperio, o Louis Joseph Marchand, Ayuda de Cámara de Napoleón en sus últimos años, arribó a Santa Helena el 7 de Octubre de aquel año.
Al alba del 8 de Octubre, la expedición francesa procedió a realizar el desembarco y traslado a Plantation House, residencia del Gobernador de la isla, Lord Middlemore.
Henri Bertrand, Gaspar Gourgaud y Louis Marchand,
viejos "camaradas" del Emperador
Tras una reunión entre Joinville y Philippe de Rohan-Chabot con Lord Middlemore, de algo más de una hora, fue anunciado, por parte del Gobernador a la delegación francesa, cuando se llevaría a cabo la entrega de los restos del Emperador.
Señores, el jueves 15 de Octubre, los restos mortales del Emperador Napoleón les serán entregados.
Tras la entrevista con el Gobernador, la expedición francesa se dirigió hacia la ubicación de la Tumba, situado en un valle que había adoptado por nombre el de la sepultura que albergaba. El lugar había sido escogido por el Emperador en persona. Bertrand indicó como Napoleón se había sentido deslumbrado por la belleza y tranquilidad del lugar
 Si después de mi muerte, mi cuerpo permanece en las manos de mis enemigos, lo depositareis en este lugar
Tras visitar la Tumba y rezar una plegaria por el alma del difunto Emperador, se dirigieron hacia la que, durante seis años de encierro, había sido su morada: Longwood House.
 El estado ruinoso de la vivienda no hizo sino crispar, aún más si cabe, los ánimos de aquellos que compartieron el exilio con el Emperador. Pero el daño estaba hecho y solo les quedaba aguardar hasta "rescatar" al Emperador.
A medianoche del 14 de Octubre, la expedición, esta vez sin Joinville, el cuál prefirió permanecer a bordo como protesta por la decisión efectuada por los británicos de que serían ellos los encargados de exhumar el Imperial cuerpo, permaneciendo los franceses como meros espectadores.
Bajo una lluvia irrespetuosa y tras cuatro horas de esforzado trabajo, los operarios ingleses llegaron hasta la estructura de manpostería que cubría el féretro del Emperador. Comprobado que la obra no había sido alterada ni manipulada, los trabajos continuaron por espacio de tres horas más.
Plano de la Tumba de Napoleón
en Santa Helena
Hacia las siete de la mañana, el comisario británico se volvió al grupo de mudos espectadores para lanzar una proclama
Señores, apenas seis pulgadas nos separan del féretro de Napoleón
Sobre las nueve y media, el féretro del Emperador quedó a la vista del publico espectante.  Los trabajos para izar el pesado sarcófago se iniciaron seguidamente. Tras sacar el féretro de la Tumba, doce soldados cargaron con el pesado ataúd hasta una tienda (o carpa) que haría las veces de capilla ardiente para los restos del Emperador.
Sin embargo, aún quedaba una tarea pendiente. Los restos debían ser identificados para evitar sospechas de fraude por parte de los británicos. Bertrand, Marchand y Gourgaud eran los más capacitados para llevar a buen termino dicha empresa, pero ¿cómo podrían reconocer al Emperador tras diecinueve años de su muerte? ¿Acaso el tiempo y la podredumbre no habrían hecho estragos en su cuerpo? Sólo existía una solución: examinar el cuerpo y verificar su identidad a través de las vestimentas y accesorios con los que fue enterrado el Emperador.
A petición del Conde Rohan-Chabot, representante del Rey, el doctor Guillard procedió a la apertura del féretro. Tras retirar el podrido ataúd de caoba, se empezaron las tareas para abrir un segundo ataúd, esta vez de plomo; tras este, uno más de caoba, en perfecto estado; y, por último, uno de hojalata. 
Una vez abiertos los cuatro féretros que protegían los restos mortales del Emperador, sólo el satín desprendido de la última tapa de hojalata impedía a los espectadores contemplar al Emperador, una vez más.
Guillard inició la retirada de dicho satín cuando, de manera inesperada, el cuerpo del Emperador Napoleón se mostró ante los suyos sin el más mínimo signo de que el tiempo, y la Muerte, hubiesen hecho mella en él.
La exhumación del Emperador Napoleón
El silencio fue roto, únicamente, por los sollozos de los leales servidores del Emperador.
Una vez rezada una nueva plegaria por el descanso eterno de su alma, el cuerpo de Napoleón fue, nuevamente, ocultado por el satín y los féretros (Guillard quiso retirar el cuerpo para realizar un análisis más concreto sobre el cuerpo, pero Gourgaud, enfurecido, negó al médico toda posibilidad de realizar lo que, frente a sus ojos, equivalía a un sacrilegio).
Los féretros originales, salvo el podrido de caoba, fueron introducidos en uno monumental de ébano, con plomo en su interior, que habían traído desde Francia para tal ocasión; a continuación, se introdujeron en un sexto realizado en madera de roble, más resistente.
Cuarenta y tres hombres llevaron hasta la carroza fúnebre el pesado féretro iniciándose, de este modo, un cortejo que habría de llevar los restos imperiales hasta el puerto de High Knoll, donde el Belle Poule aguardaba a su imperial invitado.
A su llegada, el cortejo fue recibido con salvas de artillería, tanto por parte británica como por los navíos franceses.
El Príncipe de Joinville aguardaba a que se hiciese efectivo el traspaso de los restos de Napoleón por parte de Lord Middlemore, dando así por finalizada la ceremonia de entrega a los franceses de su Emperador.
Embarcados en una chalupa, el féretro fue dirigido hacía el Belle Poule, izado y situado sobre su cubierta durante todo el día siguiente. Ese mismo día, 16 de Octubre, el abate Coquereau ofició la misa de difuntos por el alma del Emperador; tras ello, los imperiales restos fueron trasladados a la entrecubierta de la fragata, donde quedarían, a modo de capilla hasta el regreso a Francia.
Dos días después, Napoleón se hacía a la mar por última vez....
La fragata Belle Poule sube el féretro de Napoleón
El 30 de Noviembre de 1840 el Belle Poule atraca en el puerto de Chebourg. Nada más en esa ciudad francesa, más de sesenta mil almas aguardan interminables colas para subir a bordo de la fragata y presentar sus últimos respetos a aquel hombre que fue su Emperador durante diez años. Allí permanece Napoleón hasta el 8 de Diciembre, en el que, trasladado el féretro a otro barco de menor calado, inician la travesía por el Sena, rumbo a París.
El 14 de Diciembre, la flotilla fúnebre alcanza el puerto de Courbevoie, próxima a París. Allí, tiene lugar una emotiva escena para los bonapartistas. Jean de Dieu Soult, Duque de Dalmacia y Mariscal del Imperio, subió a bordo de La Dorade (el barco de bajo calado que llevaba los restos mortales hasta la capital) para postrarse ante la persona a quien le debía gran parte de los logros de su vida.
El Mariscal Soult se postra ante Napoleón
A la mañana siguiente, bajo el estruendo de los cañones que, desde Los Inválidos, clamaban por su Emperador, el féretro fue situado sobre la carroza fúnebre, decorada con figuras y formas que recordaban a los templos de la Antigüedad Clásica; completaban la solemne decoración las abejas (símbolo heráldico de la Casa Bonaparte), las águilas, las N y los nombres de las principales victorias conseguidas a lo largo de su trayectoria militar.
El Cortejo Imperial inició, al fin, su andadura. Los parisinos celebraban, entre cánticos y vítores, el regreso del Emperador. Sólo hubo silencio cuando la carroza, precedida por todos aquellos que prestaron algún servicio a Napoleón, pasaba a su altura. Fue entonces cuando el entusiasmo popular no aguantó más y, una vez más, volvió a oírse:
¡¡¡VIVA EL EMPERADOR!!! ¡¡¡VIVA NAPOLEÓN!!!
El Cortejo fúnebre se dirige a Los Inválidos
 Ante tal ocasión, sería prudente recoger una anotación que el mismo Napoleón realizó durante su encarcelamiento en Santa Helena. En los días más duros de su cautiverio, cuando guerreaba con Hudson Lowe, su "carcelero", para que reconociese su título imperial (Lowe se negó a reconocer el título imperial de Napoleón, hasta tal punto que prefirió dejar la sepultura de Santa Helena sin nombre alguno para que no quedase constancia de ello), se dice que Napoleón, en un ataque de cólera ante el irrespetuoso comportamiento de Lowe, dijo:

Oiréis otra vez a París gritar: ¡¡Viva el Emperador!!
En San Luis de los Inválidos todo estaba preparado para recibir al Imperial invitado. Con la llegada del Cortejo a la explanada del templo, el Príncipe de Joinville se aproximó al Rey Luis Felipe para comunicarle el éxito de la misión.
Majestad, os presento el cuerpo del Emperador Napoleón que he traído a Francia conforme a vuestras ordenes
Tras la aceptación por parte de Luis Felipe y la imposición, al féretro, del sombrero y la espada del Emperador, se inició el servicio religioso oficiado por el Arzobispo de París, Monseñor Affre. 
Tras un oficio religioso de algo más de dos horas, el cuerpo de Napoleón fue depositado en la cripta de Los Inválidos.
Tumba de Napoleón en Los Inválidos 
Bon Adrien Jeannot de Moncey, Duque de Conégliano y Mariscal del Imperio, en aquellos momentos Governador de San Luis de Los Inválidos, se hallaba en un estado agónico como consecuencia de los años y de una terrible enfermedad. Al ser informado de la orden dada por el Rey de repatriar el cuerpo del Emperador, solicitó a su médico personal que lo mantuviese con vida hasta poder observar ese momento. Se cuenta que, llegado el día de volver a ver al Emperador, y una vez finalizado el oficio religioso, se dirigió a su asistente y le murmuró
Ahora, regresemos a casa para morir
La monumental Tumba, bajo la cúpula de Los Inválidos, donde reposa el cuerpo de Napoleón se concluyó en 1861.
Desde entonces, son cientos de miles las personas que, cada año, acuden allí para admirar la Tumba de una de las personas más grandes que la Historia haya contemplado.
Sólo me queda recordar aquellas voces que gritaban, al unisono, al paso de la carroza fúnebre por las calles de la capital francesa ¡¡Viva el Emperador!! ¡¡Viva Napoleón!!

Fuentes:
DECAUX, A., "El regreso de las cenizas", Instituto Napoleónico México-Francia (http://inmf.org/eretour1.htm)

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